Las piernas mas lindas del Mundo

LAS PIERNAS MAS LINDAS DEL MUNDO

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Es un día sereno. La vida de Hanks de adolescente fue transcurriendo entre ir al colegio secundario y caminar por las calles rumbo a casa. No había nada nuevo que ver. Las clases de aquellos años no las recordaba en absoluto, pero sabía que existieron, porque ahora podía escribir y hasta maldecir por escrito o verbalmente. No sabía si acaso le sirvieron los detalles sobre historia, matemáticas, lenguaje y otros cursos que no recordaba. Pensaba que tanta información metida en los pequeños cerebros aún en formación, era realmente un delirio, una cosa asfixiante; además, los rostros de la mayoría de sus compañeros de clase se le habían olvidado; no recordaba sino formas, cabellos largos, negros, medio ondulados cayendo sobre los hombros delgados de adolescentes también delgadas la mayoría, y entradas en carnes algunas; todos de color blanco y plomo, el uniforme representativo de una sociedad en gris. Soldados escolares de blanco y plomo. Sí se recordaba sentado en su carpeta de madera, alineado al fondo del salón, como resignado a estar allí, sin saber exactamente porqué, ¿porqué estaba allí? Su madre le mandaba todos los días al colegio y nunca supo porqué iba, sino sólo por "obedecer" un mandato -bien intencionado- de su madre. Estaba seguro que su padre nunca le dijo alguna vez: "hijo que te vaya bien en el colegio", y menos que se preocupara acaso por si estaba o no asistiendo al colegio. El asunto educativo siempre era asignado como responsabilidad y preocupación a la madre, y así casi todos los problemas con los hijos. Su estadía en el colegio era solitaria y por lo tanto no sentía ningún motivo para asistir; porque nunca tuvo la certeza de ir al colegio con la esperanza de encontrarse con algún compañero amigo, con alguna insinuación de romance escolar, con la belleza de verse jugando y compartiendo con los compañeros de clase. No, nunca tuvo la sensación que el colegio valiera la pena para algo, ni siquiera para hacer amigos, que ahora sabía son lo más importante. De aquel tiempo sólo quedaban sombras, figuras, retazos de imágenes en blanco y plomo; lejanos y hasta simiescos compañeros de clases que no llegó a querer ni a odiar, pues le eran indiferentes. No podía decir tampoco, como muchos de sus compañeritos, que aquella fue "la etapa más linda de su vida", que "añoraba volver a esos tiempos"; pues no, no añoraba ni extrañaba aquel tiempo solitario, extraño, insípido, cuyos recuerdos de felicidad le pertenececía a otros y no a él. Le gustaba más el presente, aquel que iba formando con sus ideas y delirios, aquel que iba construyendo a la medida de sus caprichos.

Pero, a pesar de no extrañar el colegio ni su prole, si recordaba algunos datos curiosos. Recordaba "las piernas más lindas del mundo" que vio por primera vez en su vida, gracias a unas extrañas compañeritas de clase. En aquel tiempo Hanks jamás hablaba con las chicas. Se había prometido no hablar con chica alguna desde los cinco o seis años, luego de una caprichosa experiencia de selección natural darwiniana (su linda y blanca primita había elegido bailar con su primito y no con él, en su propio cumpleaños) que no pudo comprender y, arrebatado, ofendido, herido se acomplejó y se prometió no hablar nunca más con chica alguna. Eso le duró once años de su niñez y adolescencia.

Un día, sin embargo, sentado casi al fondo del salón, pensando en las musarañas, unas niñitas adolescentes le llamaron por su nobre: - "Hey Hanks", le dijeron. Y Hanks giró su rostro para ver quién le llamaba. No fue un giro en cámara lenta, pero ahora se lo imaginaba así, girando lentamente su cabecita y encontrándose con dos jovencitas vestidas de blanco y plomo, sentadas al final del salón, en carpetas que se le apetecían verdes, mirándolo con unas sonrisas envidiablemente hermosas, jugueteando y cuasi abrazadas en las carpetas juntas que las cobijaban; sonriendo ambas, mientras una de ellas, la de al fondo, la más morena y delgada, le levantaba media falda a la otra, linda, blanca, espectacular y bellísima compañera de clase. Y sonreían, reían, con aquella ternura que da la adolescencia, con una picardía ingenua, como para "despertar al compañero más zonzito, más bobito del salón". Claro que ahora había olvidado -caballerosamente- quiénes habían sido aquellas lindas compañeras, de piel ligera y senbilidad sublime, pero eso sí, nunca olvidaría aquellas lindas piernas blancas, delgadas, bellísimas y alegres, adolescentes que se mostraron a él como un resago de libertad, como una manifestación de rebeldía y ternura, como un rasgo impensablemente morboso sino inofensivo y hasta inocente. En aquel tiempo, Hanks se desconcertó al ver aquellas lindas piernas juveniles, y seguramente debió haber puesto una cara de idiota, de confundido, para luego apostarse en su lugar de batalla, apertechado en su carpeta, de la que nunca se separaba, intentando comprender qué había pasado, ¿qué era aquello que había visto?: "las piernas más lindas del mundo".

Muchos años después, cuando Hanks ya era abogado y perpicaz, escribió un microcuento en que no contó que aquellas chicas ya no eran bellas y jóvenes, flacas, o gordas y viejas. No, contó más bien que en su corazón de abogado había quedado un agradecimiento sincero, porque aquel hecho había significado para él un acto de ternura y libertad. Tampoco contó que una de las chicas terminó siendo la primera dama, la esposa del Presidente de la República del Perú.

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